VICIOS PRIVADOS, PÚBLICAS VIRTUDES

El problema con ciertos “pecados” no es tanto que se cometan como el que se descubran.
Muchos sostienen -y no les falta razón- que una institución, moderna y ordenada, fomenta las virtudes públicas y podría tolerar los vicios privados.
En los últimos días, la aparición de las fotos de escapadas a la luz de la luna de los jugadores de Peñarol en las redes sociales, -traidoras de la trampa y los piratas-, desencadenó una serie de debates sobre la vida de los futbolistas y las tentaciones que -en perfecta química con su naciente fama- les permite mezclar baile, alcohol y mujeres.
Justamente, el código de conducta que elaboró Peñarol en 2009 castiga severamente las actuaciones extradeportivas que pudieran dañar la imagen del club, especialmente las salidas nocturnas.
Quien piense que esto es un mal del siglo en el que reina el phubbing está desorientado.
Jugadores "bandidos" ya existían en los 50, los 40 o en la época de gloria de los Olímpicos.
En el amanecer de la década del 90, el entrenador bosnio Ljubomir Petrovic se dejó seducir por el inefable Washington Cataldi, presidente de Peñarol, y aceptó dejar Belgrado, la "Ciudad Blanca", para desembarcar en Montevideo.
Al DT del diente de oro, que inmortalizó la palabra "catástrofa" cuando llegó a La Teja y descubrió el Parque Paladino, también le preocupaba la desaparición de los futbolistas cuando la madrugaba aún era joven.
En esos tiempos, los héroes de pantalón corto se amparaban en las sombras de la céntrica calle Soriano y subían por las escaleras del mítico "Chantecler" donde no faltaba un brindis con algún colega de batallas feroces.
Un día -mejor dicho, una noche...-, Petrovic decidió poner fin a las trasnochadas y se instaló en el mítico centro nocturno esperando darle caza a sus dirigidos.
La leyenda cuenta que el europeo se acostumbró al ruido de la música, a la guiñada de las rubias pulposas y al tronar de los hielos en su vaso.
Por eso, alguna jornada de fácil parranda, fue difícil hacerlo volver a casa.
El tiempo avanza y con él, las pautas de comportamiento social.
Los que se sacudían en "Chantecler", que luego vieron arder a "Mariachi" y "Ciudad Boliche" la siguieron en "W", "Cabildo", "La City" o, aquí y ahora, en "Lotus".
Por cierto, en épocas de victoria todo quedó olvidado.
Al fin y al cabo... La vida vale la pena, dirán...
El código de conducta de Peñarol se divide en faltas leves, graves y muy graves y en cada una de esas franjas se establecen sanciones.
Tal vez, Jorge "Japo" Rodríguez, Mauro Fernández y Carlos Núñez no leyeron la letra chica pero serán sancionados económicamente con una quita de su sueldo cercana al 40 por ciento.
En el código se habla de castigar actos que atenten contra la moral, la autoridad, el orden, el espíritu y las tradiciones de la institución.
No hay duda de que los actos de indisciplina, intencionales y frecuentes, son perjudiciales a la moral de un club deportivo y deben ser combatidos y eliminados.
Hoy, Peñarol, como dijo alguna vez Diego Latorre de su Boca, es un cabaret. Además, a los desórdenes nocturnos, se suma la feroz batalla mediática entre Welker y Damiani.
Es cierto que nadie está libre de pecado.
También que cada uno es arquitecto de su propio destino.
Tan cierto como que todo se desmorona en pocos meses... O que un éxito deportivo borra todo.
Tan cierto como que si es esto se repite sólo habrá un final posible para Peñarol: la "catástrofa".

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