CORRIENDO ATRÁS DE LA UTOPÍA. SI escribiera mi historia en un libroeste sería el comienzo.

CORRIENDO ATRÁS DE LA UTOPÍA 

Capítulo 1 
El Gran Escape a América 

Afuera se sentía el golpeteo de los tacos. 
La luna había quedado escondida tras los oscuros dibujos de la tormenta y la brisa ardiente -que presagiaba el estallido- quemaba pieles y almas hasta hacerlas sudar. 
No lograba concentrarme. 
Había llegado de otra agitada jornada de trabajo y antes de entrar al enorme noveno piso que habitaba en el Cordón visité a Manuel, mi padre.
Como cada vez, le acaricié el pelo, me acerqué al oído y le musité "te amo viejo...".
Cuando era pequeño, en la añeja vivienda de la calle Miguelete, cerraba los ojos y me transportaba a otro mundo cuando las gotas de lluvia encontraban como destino final las hojas del parral que plantó mi abuela. 
Una vez, había tomado un viejo grabador Panasonic -aquellos que tenían la tecla celeste para expulsar el cassette- en un fallido intento de capturar en una cinta el sonido mágico de las gotas de lluvia. 

Mi abuela fue mi segunda madre. 
Doña Elvira había culminado su huida de la cruenta guerra que hizo sangrar a Europa en Riachuelo, un pequeño pueblo escapado de un cuento a 12 kilómetros de Colonia del Sacramento. 
Hoy, los panfletos turísticos dicen que un arroyo y una playa desierta se unen para conformar el atardecer perfecto. 
Juro que Don Manuel me contó  muchas historias de su tierra pero nunca lo definió de esa manera.
En las noches, Elvira solía gritar cuando en sueños recordaba la llegada de las tropas a los pequeños pueblos del Friuli en el noroeste de Italia.
En aquella tierra se mezclaban tanos, friulanos, eslovenos y alemanes. 
Hace unos meses, el Papa Francisco visitó la Región Friuli-Venezia Giulia para orar por las víctimas de todas las guerras en el cementerio de soldados austro-húngaros y en el gran memorial de Redipuglia ubicados en la localidad de Fogliano, provincia de Gorizia. 
Este gran monumento aloja los despojos mortales de cien mil soldados muertos en la primera guerra.
Toda la zona -que por aquel entonces estaba repartida entre el Imperio austrohúngaro y el Reino de Italia- fue escenario de acciones militares, batallas, invasiones y retiradas que marcaron una fuerte impronta en la región, situación que se agudizó pocos años más tarde con el advenimiento del fascismo y la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial. 
Nunca me lo confesó pero firmaría que los soldados -los buenos, los malos y los que siendo buenos también eran malos- robaban y violaban a las mujeres que encontraban a su paso. 
Así, Doña María Elvira Bulfone Zuchiatti escapó del infierno en barco y nunca regresó.
La travesía la puso en Vicente López, aristócratico barrio del gran Buenos Aires, donde con José, su amor de siempre, ex empleado del Ferrocarril en Udine, cuidaban una casa de alta alcurnia. 
Los dueños de la pomposa mansión habían invertido en Colonia. 
La cercanía con la capital porteña los había tentado. 
Compraron una finca y allí fueron a parar Don Giuseppe y su señora María Elvira. 

En Riachuelo, algunas familias explotaban canteras. 
Era el caso de "Los Moar".
Andrés Moar y Doña María Berreta dejaron Galicia escapando de la miseria e hicieron honor al viejo dicho: "no había televisión pero sobraba tiempo para multiplicar la familia". 
Así nacieron Andrés JR, Pedro, Raúl, Nicolasa, Antonio, Manuel, Rosa, Ramón, Juan y por si fuera poco adoptaron a Pocho. 
María murió joven y Nicolasa, la brava, fue madre, hermana y padre. 
Entre los hermanos, dos de ellos tenían un vínculo especial: Antonio y Manuel (Lito).
Eran tan unidos que Antonio sacó a Lito de los pelos en un arroyo cercano a la finca cuando había perdido pie y peleaba a patada limpia para no ahogarse.
Muchas noches, en los delirios febriles que le generaba el maldito Alzheimer, Lito, como en trance llamaba a su hermano amado.
- Antonio.... Tonio..., gritaba 
- ¿Qué pasa Manuel?,  le decía yo fingiendo ser su adorado compinche. "Está todo bien, hermano. Dormite tranquilo". 
Y me hacía caso.
....
Continuará...

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