El Heredero de Cantoná

Creo que tenía 13 años cuando el inefable Luis Gómez, profesor de Idioma Español, me miró y dijo "Ud. ha oído hablar de la viveza criolla?". 

La pregunta era infantil y la respuesta obvia. Al "si", en tono canchero, le siguió una nueva interrogante catedrática: "Y... ¿ha oído hablar de la viveza francesa? ¿O piensa que ellos son tontos?

En el mundo del fútbol, la viveza rioplatense -a la que siempre asocian con picardía de suburbio-, permite sacar ventaja antideportiva en duelos muy parejos.

Alguna vez, Walter Olivera me confesó -con timidez y contrastando con su feroz andar de "Indio"-, que no podría jugar en estos tiempos porque las numerosas cámaras colocadas en la cancha mostrarían sus codazos, patadas y lenguaje no apto para menores, armas claves en sus contiendas contra los delanteros más hábiles.

El padre del médico -y futbolista- Carlos Bilardo, lo esperó -desanimado- tras un partido de Estudiantes de La Plata para  rogarle que hiciera un caño o una moña porque estaba harto de la leyenda que señalaba que entraba con alfileres a la cancha.

Roberto Perfumo, recién peleado con su novia, fue víctima del acoso moral del "Narigón" en un duelo entre Racing y los hombres de Zubeldía. El galeno lo perturbó recordando el hecho y lo relacionó con la poca hombría del "Mariscal" a la hora de cumplir con los requerimientos de la bella dama. 

No quedan dudas. Bilardo fue el peor de la clase. 

En su foja figuran un laxante entregado a Daniel Passarella para sacarlo del Mundial del 86 -según denunció Ubaldo Fillol-. Un grito -en pleno partido- al médico del Sevilla que quedó registrado por la TV española ("Pisalo, pisalo... A los rivales hay que pisarlos"). El famoso bidón de agua con somníferos que le dio al sediento Branco, integrante de la selección brasileña, en el partido de octavos de final de Italia 90 que desencajó el andar del siempre aceitado jogo bonito.

Además de "los alfileres de Bilardo", apagones, emboscadas en los vestuarios con gases incluídos, sobornos a la terna arbitral, partidos suspendidos que se jugaban igual para evitar actos de violencia, alimentaron la bizarra historia de la Libertadores de las primeras décadas. Por cierto, ajenos del glamoroso mundo de Fox y sus amigos que marca estos tiempos.

En Italia, reino del catenaccio, se habla de la cattiva condotta cuya traducción literal es "mala conducta", para alabar la entrega al borde lo permitido del "Cattivo Gatuso", por ejemplo.

Hoy, ya no hay alfileres. Se pregona el juego limpio y los tribunales de la FIFA y las Federaciones actúan de oficio para sancionar a los que no guardan adecuada postura.

Sin embargo, por suerte -o desgracia- siempre alguien se sale del libreto.

Nick Nolte, el rudo actor de 71 años, dijo tiempo atrás: "No me he reformado, de hecho voy peor".

Esta sentencia bien podría haber sido escuchada en boca de Eric "The King" Cantoná. Marsellés, famoso por su extraordinaria calidad, sus solapas levantadas y también por la patada que le dio a un hincha que le dedicó insultos racistas durante un partido que jugaba Manchester United en Selhurts Park. Esa acción le costó 9 meses de inactividad y 2 semanas de prisión que sustituyó por 120 horas de servicios comunitarios. 

Hoy, en el fútbol inglés, hay un heredero de ese rebelde francés. 

A Luis Suarez, como a "Dieu" Cantoná, lo odian sus pares porque su andar perturba e incomoda con indescifrables jugadas y un espíritu que le permite anotar cuando las fuerzas no dan, el alma se quiebra y la mente no discierne. 

Una mordida es una mordida y un codazo es un codazo.

Con dolor en el alma, es imposible justificar sus actitudes.

Alguna vez, cuando el micrófono se apagó, el Maestro Tabárez, se quedó charlando conmigo sobre él y dedicó unos minutos para elogiarlo por su manera de ser, su frescura y hasta cierta inocencia que trasluce con su Blackberry blanco en la mano.

Comprobé que no te deja tirado. Una gestión suya, tras cerrada negativa del Liverpool, me permitió estrevistarlo en “Melwood” en la antesala de la Final de la FA Cup del 2012.

El solemne mail del Jefe de Prensa de los Reds sentenciaba: "Sr. Moar: Acepte mis disculpas, hubo una confusión, Luis Suarez estará feliz de poder recibirlo".

Suarez mezcla picardía de potrero, viveza criolla, cattiva condotta, sangre Cantoná y armas de Pistolero. Comete un penal, muerde un rival y anota un gol en el minuto 96 cuando ninguno de sus compañeros lo creía posible. 

Es el heredero del gran marsellés.

Hace cosas imperdonables pero lo quiero en mi equipo. 

No hay como defenderlo pero cuando no juega la chance disminuye. 

No fue a un colegio privado ni mediatizó su vida personal. Tuvo un origen humilde, a su padre -vaya ironía- lo apodaban "El Perro" y las noticias futboleras de su hermano me las acercaba su abuela porque -según me dijo-, "Luisito, mi negrito, ya tiene mucha prensa".

Cantoná, que con los años -y tras el retiro- recibió el homenaje del reconocimiento, protagonizó en "La Fortuna de Vivir" a un boxeador que meditó en su encierro como vengarse del causante de sus males. Tal vez, el futuro reserve un protagónico similar para este jugador de película que Liverpool no vende ni por 50 millones de euros aunque Brendan Rodgers pregone que el cementerio está lleno de imprescindibles. 

Por algo, el mismísimo Paul McCartney lo tiene presente en sus oraciones futboleras.

Y aunque defenderlo es imposible, lo quiero hoy y siempre, en mi equipo...