EL DIARIO DE LA COPA DE LAS CONFEDERACIONES

Durante mi estadía en Brasil 2013, junto a la celeste, redacté estas crónicas.

LLEGANDO AL PAÍS MAS GRANDE DEL MUNDO

Desembarqué en San Pablo. Húmeda, nublada y acelerada como siempre.
Mi viaje me lleva a Recife, sede del primer partido de Uruguay en la "Copa de las Confederaciones" ante España.
Piso el Aeropuerto de Guarulhos y desde  los estantes de un quiosco, que se levanta entre bares y casas de cambio, me mira Neymar, tapa de la revista GQ, dedicada a la moda y el buen vivir masculino.
El flamante crack del Barcelona posa cual modelo de "Emporio Armani" o "Dolce & Gabbana" con corte de pelo nuevo y accesorios que lo distinguen de la mayoría de los jugadores que tiran caños y practican jugo bonito pero no son tocados por la varita mágica.
Es la imagen del fútbol brasileño y de los tiempos modernos  de la selección canarinha.
De todos modos, los viejos fantasmas siempre acechan.
Como cada vez que piso tierra norteña la referencia al Maracanazo -por mi condición de uruguayo y periodista- aparece en la charla como un demonio nunca exorcizado que azota a viejas y nuevas generaciones.
Basta recordar que la selección brasileña viste de verdeamarelo por culpa de la fatídica tarde en que los Dioses transformaron a Ghiggia en leyenda y obligaron a los brasileños a cambiar tras la desgracia el color blanco de su camiseta.
Los brasileños aman el fútbol, el carnaval y el samba.
Por eso, las tragedias deportivas quedan marcadas a fuego.
Muchos señalan que la misma desazón que  generó el triunfo uruguayo en 1950 acompañó a la derrota en "El Sarriá", en 1982, cuando tres goles de Paolo Rossi cimentaron el triunfo de la avara nazionale de Enzo Bearzot ante la maravillosa escuadra en la que rara vez desafinaban Zico, Toninho Cerezo y Junior. La despedida anticipada de España 82 también fue traumática.
Fracasos en los próximos eventos que organizará Brasil pueden ser heridas crueles a la autoestima norteña.
La Copa de las Confederaciones es un ensayo para el próximo Mundial.
Muchos ponen en duda la capacidad organizativa del país norteño para albergar con suceso Confederaciones, Mundial y Juegos Olímpicos.
Los atrasos en la construcción de los estadios, la inseguridad reinante y varios rezongos de la FIFA sostienen la incertidumbre.
El evento se ha transformado en desafío político y social.  Pero el peor fracaso siempre es el deportivo.
Muchas veces me he preguntado si los brasileños no saben perder o su pasión es tan ciega que el menor desengaño los aniquila.
Un fallo en la organización puede ser valorado como una herida narcisista difícil de cicatrizar pero una derrota futbolística deja secuelas de por vida.
Por eso, cuando la fiesta se ponga en marcha todo debe brillar.
Aunque eso signifique ocultar los grandes males que debilitan al país, poner en estante oculto la tapa de "Isto E" que pregona que San Pablo es la capital del crimen o vestir a Neymar como el Brad Pitt del subdesarrollo.
Si la casa está -o no- en orden, lo sabremos en unos días.
Pero si el 30 de julio, en la cancha no está Brasil, habrá furia y llanto en la torcida.
Se verá...
Por lo pronto ya me dejé abrazar por el calor de Recife, suelo que pisé cuando terminaba el partido en Cachamay.
Vamos que vamos 

PELÉ, LOS TIBURONES Y LA HUELGA DEL METRO

Pelé inició la cuenta regresiva al Mundial pero, en Recife, la Copa de las Confederaciones pasa desapercibida.
La temporada de lluvia impuso su ley y la faja costera espanta a visitantes, turistas y paulistas en tránsito que se hacen una escapada para respirar aire marino lejos del febril ajetreo que propone el motor industrial de los brasileños.
Remodelar, construir y preservar los estadios para el evento demandó más tiempo del programado, más inversión de la presupuestada y más críticas de las esperadas.
El "Arena Pernambuco", a diferencia de los otros estadios, se levantó de la nada y fue pensado como escenario multipropósito, evitando etiquetarlo como templo del fútbol.
48 mil espectadores podrán ver a Náutico cuando la Copa sea historia y disfrutarán de bares, restaurantes, teatro, cine, hotel y centro de convenciones.
La inversión superó los 200 millones de dólares. Su construcción se inspiró en el Allianz Arena y con la estructura alemana coinciden ventilación e iluminación.
La idea era disparar el crecimiento de la zona conocida como Sao Lourenco da Mata, próxima al Aeropuerto, en Gran Recife.
Es que todo ocurre muy lejos de ese lugar.
El motor de una ciudad donde contrastan lo moderno y lo arcaico es el turismo.
En los ocho kilómetros de arena seductora de Boa Viagem se forman atractivas piscinas donde el mayor temor es transformarse en inesperado partícipe de una remake de Tiburón.
Es más, muchos prefieren escapar sesenta kilómetros hasta Porto Galinhas para practicar deportes acuáticos sin filosos dientes que deparen males mayores al visitante.
La pasión por Naútico o Sport no ha logrado contagiar a los equipos para trascender a nivel nacional. Por aquí, pasó el "Betito" Acosta con racha goleadora y comparación con Calamardo, el personaje de Bob Esponja, debido al parecido de su perfil. Pero ya es historia. Por lo menos, así lo sentencia el taxista que maneja hasta Old-Recife.
La gente es amable. Bien dispuesta. Hay paciencia para entender al turista.
Claro que otros atributos también distinguen a la capital multicultural de Brasil: Porto Digital, el mayor parque tecnológico está aquí donde también se levanta uno de los centros médicos más importantes del país.
A pocos días del debut celeste, Recife honra muy poco la desenfrenada pasión brasileña por el fútbol.
No se ven camisetas ni banderas, no hay todavía visitantes atraídos por la Copa y hasta los intereses políticos, sociales y gremiales le dan la espalda. La plataforma de reivindicaciones del Metro de Pernambuco no ha sido contemplada y la huelga -coincidente con el comienzo de las Confederaciones- parece ser la salida.
Un tema preocupante porque no hay estacionamientos suficientes en el "Arena" y este medio de transporte era la mejor solución para evitar el congestionamiento.
Por ahora, hay que esperar para evaluar si Brasil está pronto o debe mejorar.
El tema es saber cuanto.

URUGUAY Y ESPAÑA FRENTE AL MAR DE LOS TIBURONES

Uruguay se instaló en el Hotel Mar de Recife, a 400 metros de la playa de Boa Viagem, rodeado de piscinas y jardines.
En su piano bar se mezclan  los curiosos de siempre y varios periodistas, aunque la seguridad se encarga de correrlos al menor intento de encender una cámara o empuñar un micrófono. "Razones de organización y obligación de brindar privacidad a nuestros huéspedes", argumentan.
La playa se divisa a lo lejos y también los carteles que sentencian: "no se bañe, hay tiburones".
El plantel que se movió sin sobresaltos tras la gran victoria ante la Vinotinto aguarda el debut en Copa sin ansiedades. Superado el gran objetivo, hay esperanza de recuperar la esencia perdida. Movimiento en Venezuela, viaje con escala en Manaos, arribo pasadas las 22 horas al Aeropuerto Gilberto Freytas, cena, sueño reparador, entrenamiento en el Estadio Arruda del Santa Cruz FC y rutina de selección campeona de América.
Desde el Museo de los Bonecos, que se levanta en el corazón del viejo Recife, llega una invitación para que Diego Forlán asista al estreno de su "cabezudo" gigante. Explicarles que será difícil no los convence.
En el mar de apariciones mediáticas tras el triunfo en Cachamay se repitió "alivio", "fundamental" y "solidaridad".
Alivio porque llegar a Recife comprometidos en la Eliminatoria hacia muy complejo cambiar el chip. "Fundamental" porque la chance de Uruguay es buena y dejó la calculadora en manos de Venezuela.
Finalmente, cuando los celestes hablan de solidaridad apuntalan al grupo que sufrió sacudones con los últimos episodios que mezclaron los ojos grandes de Lugano, la dilatada trayectoria de Scotti y la mar en coche.
Bien podría sentenciarse que en el "aquí y ahora" fútbolero, Uruguay recuperó autoestima y se fortaleció espiritualmente.
Vicente Del Bosque, en cambio, confesó que desea motivar a sus pupilos para que recuperen la ilusión.  Nadie le cree.
Es que resulta sorprendente su afirmación teniendo en cuenta que ganó un Mundial y dos Eurocopas y que podría cerrar el combo perfecto abrochando la Copa de las Confederaciones.
El campeón del mundo, antes de desembarcar en Pernambuco sin emitir una palabra, jugó y ganó dos amistosos ante Haití e Irlanda.
Luego de esos amistosos, el DT planteó la duda entre Casillas o Valdés en el arco y no dio pistas sobre el "9" de la Roja. Soldado, El Niño Torres y el Guaje Villa son alternativas.
España mantiene su columna vertebral pero, a un año del Mundial, las principales casas de apuestas la colocan como cuarta candidata al título detrás de Brasil, Argentina y Alemania.
Más allá de cuestiones monetarias, la Roja disfruta con la pelota en los pies de sus cracks y se incomoda cuando el rival mete la contra porque sus jugadores tienen déficit en el ida y vuelta.
Esperar y contragolpear, la histórica fórmula del fútbol uruguayo, buscará sorprender a un equipo que busca el único título que le falta apoyado en la fórmula de los millonarios de Wall Street... Más ganás, más ambicionás.

EL CHIP DEL DISFRUTE

La primera referencia fue en el mundial. Volver a escucharla demandó tres años.
Debe ser difícil para un conductor proponerle a su grupo que salga a disfrutar.
Sin embargo, el Maestro se permitió el afloje y remató la propuesta comparando la Copa de las Confederaciones con una fiesta a la que se debe concurrir con las mejores galas y llamando la atención del otro porque es un momento que el mundo mira al certamen.
Queda claro que pasar de mirar a admirar implica un trecho.
Esta selección, admirada en el Mundial, devaluada en los últimos meses, encontró alivio en Puerto Ordaz y se nota en el andar de sus integrantes que lucen en el Hotel Mar más alegres, menos estresados y en algún caso tan seguros que se permiten bromear sobre su futuro.
Es el caso de Luis Suárez que, consultado sobre un deseo a cumplir en estos días elige: "que no me hablen del pase... Me tienen harto".
El tema, y más allá de la afirmación que hace el entrenador celeste en el mano a mano cómplice -"la clave es ganarle a Nigeria-, es como sortear sin marchar las mejores ropas de fiesta, el debut frente al campeón del mundo.
"Conozco a España y a mi amigo Del Bosque", señala Tabárez que recuerda el último enfrentamiento ante La Furia que se saldó con claro triunfo del rival aunque cimentado luego de gruesos errores celestes.
La pregunta, mientras cada jugador se prepara para disfrutar, es cómo hacerlo ante un rival que impacta por su posesión y la movilidad del colectivo en cancha.
Heredera de la tradición de selecciones todoterreno que lideró la Holanda de Rinus Michels en los 70, prima hermana -más hermana que prima del Barcelona- España hace lo que no logra ningún equipo de estar tierras: tocar, rotar, tocar, disfrutar, tocar y anotar.
Tabárez tiene una carta. Sostiene que con Luis Suárez en cancha, la selección tiene mayor posesión.
La afirmación se basa en que el delantero de Liverpool alivia al equipo en ataque, lo reacomoda y resuelve en el uno contra uno.
Ahora, para plantearse frente a España, con la intención de no ser un equipo amarrete, el Maestro parte de una premisa: el rival es superior.
Sin embargo, el fútbol es el único deporte en el que puede ganar el débil al fuerte.
Esa receta la aplicó Diego Simeone en los partidos contra Real Madrid y con excelente resultado. Tabárez admite la comparación y hasta se entusiasma con aplicarlo a la selección.
Enfrentar a España es motivante.
Derrotarlo no es fácil.
Disfrutar y perder no están en la esencia de los uruguayos.
Por lo tanto, y aunque lo peor que nos puede pasar es perder, queda claro que no dolerá tanto como en las eliminatorias y será porque el chip es otro.

DAVID VESTIRÁ DE BLANCO

Jugar contra el campeón del mundo genera el triple efecto: motivación, riesgo y desafío.
El primer análisis podría ser liviano. Son los mejores, es posible perder y nadie se va a escandalizar.
La regla puede aplicarse a selecciones que no cargan con un pasado tan rico como Uruguay. Para los nuestros, cada partido es una final de Copa del Mundo.
Otra lectura podría ser la económica. El valor del plantel español, su espectacular Liga, su capacidad de venta -dentro y fuera del deporte- aventajan largamente a nuestra selección.
Podría citarse otra variable. Las apuestas cuadriplican el pago ante una victoria de Uruguay.
También hay un ingrediente vinculado al interés comercial del evento. Cuando se menciona la final soñada el imaginario colectivo dispara que la jugarán Brasil-España en Maracaná.
Está claro que no se puede jugar mejor que España. Difícilmente un equipo pueda monopolizar la pelota como lo hace el cuadro de Vicente Del Bosque.
Se podrán incorporar consideraciones sobre táctica o sistemas de juego o simplemente decir que su fútbol se disfruta. Es más, emociona tanta perfección.
Como sí fuera poco, la solidez defensiva se pone de manifiesto en etapas decisivas.
Aunque, el entrenador confiese que no tiene definido el 11, está claro que el colectivo supera el brillo de las individualidades.
Tabárez no ha dudado en señalar que si tuviera la fórmula para ganar a España la vendería. Pero también ha condimentado la previa con algunas consideraciones que pertenecen más a la épica de la vida que al razonamiento del juego.
Partiendo de la premisa que el fútbol es el único deporte colectivo donde el más débil puede ganarle al fuerte y citando la receta de Atlético Madrid -las sorprendentes victorias se cimentan asumiendo que en estos casos el rival es mejor- el DT cree que imposible es sólo una palabra.
En el Mundial de Sudáfrica, luego de la derrota ante Holanda, y antes de comenzar una nota, un amargado Forlán me decía que lamentaba la oportunidad perdida porque nunca se estuvo tan cerca de una final. La explicación de la derrota la vinculó a los errores defensivos ante un equipo de primer nivel. Una equivocación cuesta el partido.
El último amistoso ante la Roja se resolvió rápidamente tras las fallas de la retaguardia celeste.
Ahí se suma otra consideración. Está  prohibido fallar ante un equipo perfecto.
Con este análisis, se podría decir que la misión es imposible y la afirmación de Tabárez sobre lo vital que resultará vencer a Nigeria para clasificar lo avalaría.
Pero, antes de la sentencia final, es preciso recordar -sin caer en un mensaje chauvinista- que somos uruguayos. Esto supone un pacto con los milagros. Una corriente inexplicable de temperamento que nos lleva a pensar que hay una remota chance solo porque somos hijos de la Patria de Obdulio.
Al fin y al cabo, en la madre tierra Forlán fue Pichichi y los precios del mercado de fichajes se sacuden al ritmo de los goles de Suárez y Cavani.
Robarles la pelota será imposible, emparejar las apuestas no es viable, tener una liga atrapante sólo puede ocurrir si se acaba el mundo y ocupar el primer puesto del ranking FIFA es una tarea que se puede relacionar con la ciencia ficción.
Si Tabárez no tiene la receta, yo tampoco.
Sólo se me ocurre la paciencia como aliada para no cometer errores que cuesten caro, la disciplina para cumplir con táctica y estrategia y que Suárez demuestre que es uno de los cinco mejores delanteros del planeta.
Ah... Y si es devoto... Rece.
A veces, la fe también ayuda para lograr un milagro deportivo de los "blancos" celestes.

PLAY STATION vs FUTBOLITO

Lo miro, casi incrédulo, pero redobla la apuesta y me dice: "Hombre, de verdad, no fuimos tan superiores en el primer tiempo".
Vicente Del Bosque cruzó conmigo tres frases, plagadas de humildad, antes de despedirse con un gesto casi amistoso.
A pocos metros de ese encuentro fortuito entre marqués y periodista, Oscar Tabárez, con honestidad brutal, admitía en rueda de prensa que el resultado pudo ser catastrófico.
Hay un apunte anecdótico.
En pleno juego, se me ocurrió llamar a mi hijo para que me contara como lo llevaba el partido.
Desde sus frescos 8 años, me disparó una pregunta que ni yo - ni los futbolistas - pudimos responder: ¿por qué la pelota la tienen siempre los españoles?
Fernando Muslera me confesó que se desesperaba viendo el preciso toque rojo y el inefable Luis Suárez utilizó la palabra "impotencia" para definir su estado de ánimo a muchos metros del arco celeste.
Mario Benedetti escribió que la perfección es una pulida colección de errores.
Vicente Del Bosque los debe atesorar desde la época que destacaba por su capacidad goleadora en el Salmantino.
La psicología sentencia que el perfeccionismo consiste en la creencia de que se puede y se debe alcanzar la perfección.
No hay dudas que el manchego Andrés Iniesta es un maldito perfeccionista.
El diccionario dice que perfección es la ausencia de defectos y errores.
Eso es España.
Conejos sacados de la vieja chistera.
Veracidad maravillosa que no necesita de una explicación científica que justifique causa y efecto.
España es el fútbol perfecto.
Mágico, químico o explosivo.
En la década del 70, Rinus Michels nos presentó el Fútbol Total, un sistema de juego en el que un jugador que se movía fuera de su posición era sustituido por otro,  lo que permitía al equipo conservar la estructura táctica. En ese sistema ningún jugador tenía un papel asignado y cualquiera podía ser delantero, volante o defensor.
España lo perfeccionó y lo acompañó con resultados.
En el Arena Pernambuco, fue play station contra futbolito.
Para qué redactar una crónica minuciosa que recopile incidencias de riesgo, cantidad de remates al arco, infracciones u otros detalles burocráticos si la pelota estuvo el 80 por ciento del partido en poder de la roja.
Además, la fría estadística reflejará un 2-1 que dentro de unos años le permitirá a algún trasnochado historiador citar la exigua diferencia que se dio entre el campeón del mundo y los celestes. Hasta podrá acotar que ese día Luis Suárez alcanzó el récord de goles de Diego Forlán.
España dio clase de fútbol en el primer tiempo y cátedra sobre control de juego en el complemento.
El recital se abrió con gol de Pedro -que había marcado un doblete en el amistoso en Qatar- y anotación de Soldado. Suárez disimuló el paseo con histórico gol de tiro libre que le permitirá inflar el pecho porque se convirtió en leyenda.
España complace y subyuga.
Más capítulos de este fútbol admirable llevarán al campeón del mundo a la cima de la Copa de las Confederaciones y harán cierta la sentencia de Saint-Exupéry:  "La perfección se logra al fin, no cuando no hay nada que agregar, sino cuando ya no hay nada que obtener"

YO FUI HINCHA DE NIGERIA 

Cuando eran Las Águilas, sin el apodo de "Súper" que agregaron luego de ganar la medalla de oro ante Argentina en los últimos segundos de una final olímpica memorable disputada en Atlanta.
Me conmovió la historia de  Nwankwo Kanu y su rebelde corazón, me sacudió el suicidio de Uke Ochafor, ahorcado en Dallas, donde defendía a los Kansas de la MLS y me arrancó una sonrisa la propuesta del Sindicato de Prostitutas de Nigeria que llegaron a ofrecer una semana de sexo gratis a los integrantes del plantel de fútbol si ganaban la Copa de Naciones.
Recuerdo al implacable Yekeni, goleador histórico, a Obafemi Martins y a Jay Jay Okocha.
Pero ya fue.
Aquellos simpáticos aventureros del fútbol se transformaron en futbolistas de elite que llegaron a equipos de grandes ligas y adosaron a su explosivo fútbol un plus aguerrido y duro para imponer sus físicos privilegiados ante los más bravos rivales.
Es cierto, con placar adverso son desordenados y confusos...
La historia  resume varios partidos complicados entre representantes de África
y Uruguay.
Alcanza citar los recientes Juegos Olímpicos de Londres, el partido de leyenda en Johannesburgo con la picadita de Abreu o el 3-3 ante Senegal recordado por los dos cabezazos - el del Chengue Morales y el de Púa- en Korea 2002.
La velocidad, el físico y buenos futbolistas complicaron la resolución de los partidos ante selecciones africanas.
Nigeria llegó a las Confederaciones ostentando un invicto de 15 partidos -la última derrota fue el 23 de mayo de 2012 ante Perú en Lima- y liderando la eliminatoria a Brasil con clara ventaja sobre Namibia, Kenia y Malawi.
Y 18 años después de su única participación endosó un 6-1 a Tahití con hat trick de Nnamdi Oduamadi, dos tantos de Ewa Echiejile y un gol en contra.
Después del formidable paseo español, Uruguay rearma su ejército con el alma guerrera humillada y con la certeza que habrá un antes y un después en la historia de estos celestes después del festival de Iniesta y sus secuaces.
No hay margen de error en el partido que se jugará en el Fonte Nova.
El rival siempre está al borde del escándalo.
Los futbolistas amenazaron con suspender el viaje si no había acuerdos por premios, FIFA intervino.
El 30 de junio de 2010, tras magra actuación en el mundial, el presidente del país, Goodluck Johnatan, en esa particular-y perturbadora- conexión entre gobierno y deporte, decidió retirar el equipo de toda competición. FIFA volvió a intervenir y cinco días después todo quedaba anulado pero se impuso el recambio generacional.
No parece afectarlos. Por eso, después de la lección artística que dio España, será preciso el efecto contagio y que los nuestros sepan administrar posesión, toque y profundidad.
Al Maestro, salvo Suárez, la fórmula en ataque no le da rédito. Entran y salen Forlán, Lodeiro y Ramírez que juegan un partido bien y otro mal.
Cavani, decisivo en Puerto Ordaz, claudicó ante la aceitada marca de Piqué y Sergio Ramos.
Preocupa que el equipo lució cansado y que el entrenamiento es irregular por culpa de la pésima organización. También la abultada diferencia que sacó Nigeria en su estreno teniendo en cuenta que a Uruguay le cuesta multiplicar goles.
Se sabe que -para bien o para mal- la selección uruguaya siempre está condenada a jugar finales.
En el Fonte Nova, donde el Pato Aguilera se transformó en gigante en 1983, hay otra cita de leyenda con los bravos morenos.
Que las Águilas no levanten vuelo.

+PAN,  -CIRCO

"Muestra los males de mi país al mundo", me reclama un nativo en el Suburbio Ferroviario sumándose a los pedidos de los "indignados" que levantaron su voz para clamar por  la baja de las tarifas de transporte, más presupuesto para educación y salud y números claros en los gastos de los grandes eventos deportivos que albergará Brasil.
El país manifestó pero la protesta pacífica degeneró en desmanes, incendios, robos y represión.
Un móvil de TV Récord incendiado, casas de electrodomésticos destrozadas, represión policial violenta y una imagen negativa para el gobierno de Dilma Rousseff que retrocedió algunos casilleros en el respaldo de su pueblo.
Bahía no es sólo bello mar y bronceados turistas.
En Cidade Baixa, guiado por Fabiana, una brasileña casada con un uruguayo, y custodiado por dos policías, tomo el tren de Calzada a Paripe.
Los vagones pertenecen al siglo pasado y se nota. Están sucios, rotos y no son confortables. La gente mira cámaras y micrófonos con cierta desconfianza. No hay puntualidad y el traslado es junto al maquinista porque subir a un vagón implica dejar algo más que el aliento en el recorrido.
Cuerpo a cuerpo, en la tenaz batalla por sobrevivir, uno puede perder dinero, elementos de trabajo y hasta resultar herido.
Por las ventanas, colgadas de la ancha ensenada,se recortan las favelas y las siluetas de las construcciones más humildes. Montadas, una sobre otra, se acomodan en los morros y suman altura y peligro de derrumbe.
Jorge Amado, el escritor y poeta más famoso de esta tierra, se declaraba supersticioso y confeso admirador de los milagros que, según señalaba, se fusionaban con las aventuras cotidianas para poner en marcha nuestras vidas.
Creo que muchos de los pasajeros en viaje a Paripe esperan el milagro que nunca arribará.
En sus rostros jóvenes se delata el andar desgastante de la intensa jornada laboral que apenas cubre comida,transporte y alguna necesidad básica.
Entusiasmo, pasión y fuerza creadora parecen ausentes en esos cuerpos que se sacuden hacia derecha e izquierda hamacados por cada frenada del antiguo tren nunca reciclado.
El salario mínimo en Brasil se aproxima a la frontera de los 250 dólares.
El disparador de la inconformidad fue dejar sin respuesta a un pueblo que se pregunta si es posible gastar millones para albergar eventos deportivos cuando crece el analfabetismo y la desnutrición.
Nadie se muestra satisfecho y crece el malestar  de la clase media.
Brasil considerado en los últimos años un modelo de paz social, con elogiosos planes para la erradicación de la miseria, distribución de renta y políticas públicas volcadas a favorecer a los más pobres, dejó de lado las aspiraciones de la clase media, 54 por ciento del país.
Por estos días, la corrupción salpica al equipo de Rousseff -igual que ocurrió con Lula y el juicio del mensalao- y siete de sus ministros fueron cuestionados y destituidos.
"Cuenta al mundo los males de mi país", me intima una bahiana que pasa las horas "tejiendo" rastas en una de las veredas que llevan a Pelourinho.
Otrora centro residencial, el barrio histórico de Bahía dejó de ser un área clave para convertirse en centro de prostitución y marginalidad.
Igual, es imposible resistirse al embrujo de sus calles empedradas, al imaginario repique de Oludum y a la mirada que quema de una morena de caderas inquietas.
Desde las humildes casas se cuela el grito de gol que saluda la explosión de la pelota en la red tras toque genial de Neymar que se fusiona con las imágenes de marchas, protestas y represión en cada rincón del enorme país que gastará en los próximos años 30 billones de dólares -más que en las últimas tres copas del mundo juntas- para albergar la cita de 2014.
Patrimonio de la humanidad, reconstruido en los 80, Pelourinho muestra a sus pies el Mercado Modelo donde estacionar implica negociar con ávidos cuidadores capaces de impedir la partida de un auto sino se cumple con la tarifa  o con tediosos vendedores que -a cambio de 10 reales- cuelgan en tu cuello un collar de caracoles.
Allí, entre lembrancas y bebidas típicas, se repite el pedido de trasladar más allá de fronteras las penurias cotidianas que se reflejan en miles de pancartas: "+ pan -circo".
Al final de los días, la vida pasa factura y ya no se puede citar al poeta que homenajeaba a aquellos nativos que -por años y años- se habían reunido todos los días, habían estado juntos toda la noche, con o sin dinero, cansados de comer o morir de hambre, compartiendo la copa juntos en la alegría.

LA LEYENDA DE FORLÁN

El mejor Forlán volvió una noche en Bahía y abandonó el vestuario con una pequeña bolsa en la que llevaba el equipo completo. También cargaba la pelota, distinción que otorga FIFA al "Crack del Partido".
La elección se justificó por su espectacular acción cuando habían pasado seis minutos del segundo tiempo.
Una jugada mundialista que terminó con la "Cafusa" impactada por su zurdazo matador.
El remate fue estelar, digno de un jugador mítico. Rompió la red y lo festejó como merece quien hace historia en tiempo presente. Esa es la rara curiosidad que tiene este equipo uruguayo: sus contemporáneos podrán contar a las futuras generaciones los relatos de sus hazañas como lo hacían sus abuelos o bisabuelos.
El gran jugador del último mundial, cuestionado en los últimos tiempos, exhibió su andar fino y elegante en un partido clave.
Dicen que volver es regresar al punto de partida después de andar en dirección contraria. Y si Forlán empantanó su talento en los caminos de Italia y Brasil, un día el brillo de la selección lo recibió de nuevo.
Otra vez, en junio y julio, los meses de la primavera celeste.
Queda claro que volver es repetir lo que se ha hecho.
Para lograrlo, Forlán debió trabajar mucho.
En Fonte Nova y ante Nigeria, se ubicó detrás de Suárez y Cavani pero a la hora señalada apareció por delante de todos.
Seguramente, en su interior, un estallido de conjuros y emociones explotó.
Pura química: el alivio del gol, el premio para su centenario récord y una leve ventaja en su sana competencia con el "Pistolero", cuyo final, por razones de edad, ya se conoce.
El partido fue eléctrico.
Uruguay se defendió con tres, cuatro y "montonera" según definición de Muslera.
Como era previsible, las Águilas impusieron buen manejo, adosaron velocidad, picardía y lectura táctica que rápidamente resolvió Tabárez recostando a Máxi Pereira a su puesto de lateral cuando la selección africana hizo de toda la cancha -y de las bandas- su territorio.
La pelota pasó de nigeriano a nigeriano levantando un coro quejoso de la torcida cuando un uruguayo les cortaba la fiesta.
Es que para darle un tono más místico al duelo en Bahia, la tribuna se puso del lado del menos laureado.
Diego Lugano encaminó el juego con un toque fortuito que le arrancó una sonrisa al pasar por nuestro lado. "La quise asegurar", dijo el capitán.
"La Tota" no anda con vueltas ni afuera ni adentro de la cancha. Sabe qué tiene y qué le falta, y -más allá de la discusión de los "ojos de loco" que precipitó un cruce entre los Lugano y los Cavani digno de una disputa de la camorra siciliana- con él en la cancha es distinto. Sus compañeros lo quieren en el equipo aunque calcule mal un cierre o se lleve por delante una pierna enemiga.
Tras el gol celeste, siguió la rebelión verde,  el empate que desató ovación de Johan Obi Mikel tras pase de Ibeye y la maravillosa tapada del "Nene" Muslera en la hora del primer tiempo. Esa bola que sacó tenía destino de red y fue tan buena la salvada que  se regaló un recreo y miró su admirable acción en pantalla gigante.
Después.. arranque feroz de Nigeria hasta que el tiempo se detuvo.
La historia se detuvo.
Todo en cuestión de segundos.
El protagonista fue "El Diego de los Uruguayos". El rubio delantero que habría anotado 300 goles entre los 5 y 12 años según las cuentas de su padre. "El Cachavacha de los argentinos", apodo que le colgaron a su andar -por culpa del perfil prominente- "Panchito" Guerrero y el "Huevo" Toresani. El nieto de Juan Carlos Corazzo, DT celeste, jugador de Independiente y socio de Ferrou y Echeverría. El gurí yorugua que hizo debutar Menotti en la primera del Diablo.
Todo por una jugada de Sudáfrica ante un rival del continente negro. Suárez a Cavani y Cavani a Forlán.
La condimentaron "Los Tres Mosqueteros" y la historia la archivó a los 6 minutos del complemento cuando el Balón de Oro 2010 le dijo al mundo, "Soy Forlán, soy leyenda".

MATEMÁTICAMENTE TENEMOS CHANCE

Marama Varihua nació en Tahití y defiende al Panatinaikos pero no tiene contrato.  Es uno de los pocos profesionales del equipo que representa a la isla más grande de la Polinesia Francesa.
En el resto del plantel, que se retiró aplaudido de mítico Maracaná, tras perder 10-0 contra España, alternan vendedores de celulares, instructores de "fútbol coco" y guías de turismo que llevan a los visitantes a Moorea y Bora Bora.
Uno de los referentes de la selección es el capitán Nicolás Vallar. Está buscando trabajo tras una changa en la organización del mundial de fútbol playa. Había declarado que si le anotaba un gol a España le iba a pedir al entrenador Eddy Etata -otro de los desempleados- que lo mandara de regreso a Tahití.
No pudo festejar -ni volver- como Jonathan Terau, el menor de los tres hermanos que juegan en la selección, un estudiante  y repartidor de refrescos.
Muchos practican Va'ha, suerte de canotaje  muy famoso en las islas donde, además del turismo, ingresa mucha divisa por la comercialización de perlas.
Atrapados por los paisajes que pintó Paul Gauguin, con poco ánimo en la población de desligarse de Francia, sus 180 mil habitantes se preparan cada julio para el Festival de la Cultura Polinésica y la celebración de la Toma de la Bastilla.
Un dato curioso es que desde 1971 hasta 2001 tuvo el honor de ostentar el récord de la mayor goleada internacional: 30-0 ante las Islas Cook por los Juegos del Pacífico.
Muchos hemos soñado con vacaciones en la Polinesia y seguramente aceptaríamos gustosos un viaje que incluya en su paquete con sol, arena, mar y deportes acuáticos.
Pero, en la agenda turística, no figuraría asistencia a un partido de fútbol de la liga local, al mejor estilo de una visita al "American Airlines" de Miami para ver un duelo de temporada de la NBA con el Heat de Lebron, un Boca-River en Buenos Aires o un electrizante encuentro de los All Blacks, aunque tan sólo sea para verlos montar el Haka.
FIFA solventó la actuación de la selección de Tahití en la Copa de las Confederaciones pero  los números en la cancha no fueron buenos.
Repasemos.
10 más  6 menos 1 nos da como saldo de goles menos 15.
Posición en la serie, último.
Chance de ganar un partido. Mínima.
Ranking FIFA: 138.
La buena racha de un grupo de futbolistas amateurs le permitió a Tahití ganar la Copa de Naciones de Oceanía pero eso no le aseguró clasificar al Mundial.
De todos modos, por estos días, vive su primavera futbolística en Brasil y se hace conocido en el planeta.
Sus partidos se miran con una sonrisa y el murmullo siempre listo.
Pero me resisto a equiparar equipos tan disímiles como Uruguay y Tahití amparado en la máxima de que en el deporte todo puede ocurrir.
El fútbol suele permitir hazañas colectivas que las batallas individuales no deparan pero sería muy fuerte perder con Tahití.
Es más, sería traumático no lograr la victoria.
Hasta podría considerar una línea de probabilidad de éxito seguro amparado en las matemáticas que tanto amamos.
Si España multiplicó por 5 el resultado obtenido ante Uruguay y Nigeria -que le metió media docena de goles- perdió con el equipo de Tabárez, la ciencia exacta avalaría una cómoda imposición de los nuestros.
O sea, matemáticamente tenemos chance...
Tahití recibió 16 goles en 180 minutos.
Por lo tanto, si a los 12 minutos seguimos 0-0 comience a preocuparse.
Uruguay ha jugado dos partidos diferentes en el evento.
Bailó al ritmo que le impuso España en el debut y frenó el baile de Nigeria imponiendo su ley en Salvador. Además, le cortó una racha invicta de 18 partidos.
El duelo obliga a realizar cambios y puede permitir el lucimiento de varios que están peleados con el gol.
En el Arena Pernambuco, que se cae del mapa de Recife y se levanta en la zona de San Lorenzo,sólo cabe un resultado: la victoria celeste.
Como que dos más dos es cuatro.

EL BRASIL BIPOLAR 

Recife, Boa Viagem.
En el "Hotel Park", un clásico frente al mar para los turistas, hablo con Sandra, diminuta, paulista, rubia y "estresada", según cuenta. Llegó al Mar de los Tiburones buscando un poco de sol y la lluvia de junio la ha perturbado y ofuscado.
Aquí hay un lema.
Un día en Pernambuco es poco, ocho está bien.
Por eso, se aconseja incluir un periplo a Porto de Galinhas, seductor destino de grandes complejos hoteleros y posadas escapadas de un cuento.
También hay que agendar una visita al Centro Histórico de Olinda y pasar por la iglesia de las Carmelitas y el convento de San Francisco.
A Sandra, nuestra interlocutora, afiebrada por el vertiginoso mundo de San Pablo, no le copa un rutero místico. Vino a dejarse acariciar por el sol, las arenas y el mar y se topó con la lluvia. Lo único que le genera alivio es ver por TV Globo las movilizaciones de los "indignados" en la Avda. Paulista. Aquí, el pueblo protesta pero -si bien puede terminar en demora inesperada para quien se traslada a las apuradas- la violencia y los saqueos de las grandes urbes parecen ajenos.
La Copa de las Confederaciones se agitó demasiado.
Sebastián Eguren, en charla distendida, afirmaba que el futbolista está ajeno. La vida del deportista es la de un extraterrestre.
Está en el Hotel, se sube al ómnibus, lo escoltan patrullas y motocicletas, desciende en el complejo de entrenamiento, regresa del mismo modo y lleva una vida ajena a la realidad. Todo se completa con un despliegue de seguridad aún mayor cuando se juegan los partidos. De todos modos, uno de los líderes intelectuales del plantel, considera que el mundo gira y el futbolista muchas veces no se da cuenta por su aislamiento.
Lejos de São Lourenço, en la playa más famosa del mundo, Copabana, un día después de la promesa -en cadena nacional- de Dilma Rousseff de mejorar los servicios públicos, se enterraron 500 pelotas de fútbol que representaban 500.000 muertes en los últimos 10 años.
Lo cierto es que las movilizaciones dispararon el debate político.
Joao es voluntario en el Arena Pernambuco. Además, un joven estudiante de ciencias políticas que me plantea la pregunta que se hacen los brasileños sobre el reclamo: ¿protesta de la derecha o movilización de la izquierda contra un gobierno conservador en su propuesta?
Joao llegó atraído por los eventos deportivos que auguraban un crecimiento económico y una visibilidad mundial para su país. Desde su visión, los reclamos dejaron ver más de un Brasil al mundo.
En el aeropuerto Dos Guararapes, mientras espero la llamada final para volar a Belo Horizonte, la ciudad de los catorce mil bares nocturnos,  repaso mi breve estadía y encuentro muchas falencias en la fiesta del fútbol. Lo mejor, como siempre, está cuando rueda la pelota y la pregunta es ¿Neymar o Iniesta?, ¿Balotelli o Forlán?
He pasado por el Suburbio Ferroviario de Bahía, vi ómnibus quemados al pie del Fonte Nova, marché a paso de hombre en la BR 232 de Recife por la caminata popular y me pasó por arriba la ola que inventaron los mexicanos en los estadios.
Una característica del sabor es el denominado retrogusto. El de la Copa es amargo.
Una vez más, el Gigante sudamericano de las dos caras, nos enseña que en la cancha la alegría es sólo brasileña y fuera de ella que tristeza nao tem fim.

COMO UN SONÁMBULO PERDIDO EN LAS CALLES DE MONTEVIDEO

Voy a contar el secreto.
Abel Hernández se rió cuando me encontró en la Zona Mixta luego de convertir cuatro goles y me confesó que antes del partido le dijo a Fernando Muslera  que se llevaría la pelota. Pero, después de la hazaña deportiva, tuvo que preguntarle a Edinson Cavani, experto en festejos multiplicados, como corría el trámite burocrático porque era la primera vez que se ganaba una defendiendo a la celeste.
Minutos antes de nuestro cruce, un periodista argentino le pidió al héroe del "Arena Pernambuco" que le explicara porque se enredó con la pelota debajo del arco y no pudo pasar de póker a lotería.  "La Joya" lo miró, no dejó de sonreír, y ensayó una explicación que nada explicaba para una pregunta que no merecía respuesta.
El ser humano tiene esas cosas.
Luis Landriscina, el inefable humorista chaqueño, siempre contó que cuando uno se resbala, y se golpea contra la vereda, alguien llega corriendo y -aguantando la risa- pregunta: "¿se cayó?".
No debería llamar la atención una mala pregunta pero sí una pregunta tonta. Especialmente, porque el domingo ante Tahití, el sueño del pibe Abel se hizo realidad: metió 4, le dieron la globa, hizo historia y le dedicó la faena a su padre que, un día antes del 8-0, celebró su cumpleaños.
El partido fue muy raro.
A los pocos minutos se confirmaron las predicciones.
Lógica y matemática hicieron su obra y los celestes demolieron prontamente la defensa del equipo de la Polinesia Francesa.
Nicolás Lodeiro, un talento con potrero en sus zapatos, contó que en alguna jugada midió habilidad frente a torpeza porque no es sencillo -en ese código de respeto no proclamado que rige en el fútbol- aprovecharse de la debilidad del rival y dejarlo en evidencia casi al límite de la burla.
Los futbolistas no lo sabían en la cancha pero quedaron a un gol de la máxima goleada histórica de un equipo celeste (9-0 en Campeonato Sudamericano) y  "La Joya" a un tanto de la marca récord del "Mago" Scarone que le metió cinco en octubre de 1926 a Bolivia.
Repasemos el andar del juego.
Matías Aguirregaray tejió mil ataques por la banda derecha, "Palito" -de regreso- dibujó por izquierda, Gargano fue un pacman, Lodeiro un libre pensador y Hernández el revolucionario del gol que demolió al enemigo. Sobre el final entró Suárez y la confrontación pasó de baile a robo.
Me cuesta recordar al equipo de Tahití.
Sus futbolistas colgaron collares típicos a los celestes y se despidieron de la afición con banderas del país anfitrión y una pancarta que rezaba "Obrigado Brasil".
Relacionistas públicos de excepción, embrujaron a la torcida que se apiadó de su debilidad y los ovacionó en todos los partidos. No tienen un sistema táctico prolijo, carecen de jugadores explosivos, tienen arqueros pintorescos y son amables ante cualquier consulta.
Para ellos, a su manera, hicieron historia.
Galeano dice que cuando el fútbol dejó de ser un juego nació el director técnico en reemplazo del entrenador. Con él, relata el fantástico escritor, se incorporaron ciencia, laboratorio, genialidad de Einstein, sutileza de Freud, capacidad milagrosa de la Virgen de Lourdes y aguante de Ghandi.
Esta pintoresca representación, dirigida por un DT sin trabajo fijo en su tierra, todavía carece de algunos de estos ingredientes en su propuesta.
También podrían citarse algunas fallas del combinado uruguayo.
Por ejemplo, el minuto fatal de Scotti que erró el penal que menos importaba y sesenta segundos después vio la roja.
Caso curioso. El zaguero fue infalible en el Mundial contra Ghana y certero en la Copa América contra Argentina. Sin embargo, claudicó en el escenario menos pensado. Se olvida y se perdona.
La primera fase ya pasó.
Dos triunfos y cierto aire mundialista. Los estadios, los emblemas de FIFA,  el sonido amplificado en las tribunas y un grupo de hinchas celestes en peregrinación por Recife y Bahía antes de planchar la camiseta para usarla en el "Mineirao" de Belo Horizonte hacen recordar a la aventura sudafricana.
Ahora llegará el partido más místico de la historia del fútbol mundial: Uruguay-Brasil.
Los duendes se agitarán.
El pasado no jugará pero se repasará.
"Maracanazo" se oirá en voces propias y extrañas.
El establishment jugará su partido a favor del Scratch.
Se unirán Pelé y Romario en pos de la causa verdeamarela y se cantarán loas a Neymar, el crack mediático de la Copa.
Brasil- Uruguay.
En el fútbol, ritual sublimación de la guerra, once hombres de pantalón corto son la espada del barrio, la ciudad o la nación.
Así será el partido semifinal.
Una batalla por sobrevivir en la cancha.
Tal vez, si gana la celeste, Don Eduardo no se salve de andar musitando oraciones día y noche, como un sonámbulo perdido en las calles de Montevideo.
BALANCE PROVISIONAL

Uruguay cerró su actuación en la primera fase de la Copa de las Confederaciones con buena nota.
Dos victorias, un aire similar que se respiró en el Mundial de Sudáfrica, algunos mojones que se incorporan al rico historial estadístico y momentos de colección para varias figuras del equipo.
Todo comenzó con el fenomenal paseo que soportó el equipo celeste ante España.
La pelota, durante todo el juego, pasó por los expertos zapatos de los campeones del mundo que durante el ochenta por ciento del partido tuvieron la posesión.
Los futbolistas utilizaron la palabra "impotencia" y "desesperación" para definir el estado de ánimo que les generaba el partido.
Muchos pidieron -de inmediato- una revancha.
Resulta muy difícil robarle la pelota al equipo de Vicente Del Bosque.
El entrenador -en charla off the récord- me dijo que no había sido tan amplia la superioridad de España.
Vaya... ¡que modesto es Bigotón!
La secuela de la derrota ante el número 1 del Ranking FIFA repercutió en el equipo que se encerró en su búnker de Bahía dispuesto a derrotar a Nigeria porque no quería tener sorpresas con el saldo de goles en caso de un hipotético empate con los africanos.
El duelo ante Nigeria fue explosivo. Tuvo sus tramos adversos y marcó un mojón histórico para Diego Forlán que celebró su centenario con un extraordinario gol y una actuación de sobresaliente que fue premiada por la FIFA.
El triunfo ante las Súper Águilas abrió la cuota de confianza que necesitaba el equipo.
Predicciones lógicas y matemáticas se alinearon para el último partido ante Tahití.
Recién luego del triunfo contra Nigeria, el plantel se sacó de encima la presión que supuso el partido en Venezuela por las Eliminatorias, el incómodo debut ante España y el duelo ante Nigeria.
La serie, con la clasificación asegurada de antemano, más allá de los 90 minutos de trámite burocrático que supuso enfrentar a Tahití, permitió establecer una goleada que se acerca a los registros históricos - individual y por equipo- de las selecciones de todos los tiempos.
El plantel se reencontró con sus buenos días.
Ha intentado - como pidió Óscar Tabárez- "disfrutar" de la Copa de las Confederaciones y, con el paso de los juegos, todo se asemejando a momentos ya vividos por esta selección que siempre ha arruinado la fiesta a los anfitriones.
La primera serie mostró a Muslera en altísimo nivel. Luis Suárez exhibió una contundencia que asombra a propios y extraños. Forlán se transformó en leyenda jugando muy bien y todo se complementó adecuadamente para -más allá de la frustración inicial- meterse en la etapa decisiva.
El balance provisional es bueno.
Además, el Deja Vu celeste siempre es bienvenido.
Vamos que vamos

EN LA GUERRA Y EL AMOR TODO VALE 

Sin restricciones de época, un clásico es un partido que puede alcanzar el rango de sublime.
Un duelo de clase superior.
La rivalidad entre uruguayos y brasileños es eterna. Los fantasmas de Maracaná hicieron que el cruce se convirtiera en mítico y legendario.
Fue tan traumática aquella tarde que los norteños hasta cambiaron el color de su indumentaria.
Hay cuestiones claras.
Técnicamente, los brasileños siempre son mejores.
Son fieles representantes del Jogo Bonito, combinación de palabras que impuso Waldir Pereira y define el andar elegante de los jugadores de esta tierra al que acompañan tacos, toques y otras piruetas.
Generalmente, suele complicar el andamiaje lento de las defensas orientales porque ese juego de alto vuelo combina precisión en velocidad.
Pero no todo pasa en la cancha.
Cuando desembarqué en Recife, me preguntaron por Sergio "Colacho" Ramírez.
Aquel lateral olimareño, un 28 de abril del 76, harto de alguna jugada canchera de mi tocayo Rivelino, lo corrió y lo obligó a zambullirse por las escaleras que llevaban al vestuario para evitar un paliza histórica.
Ramírez, aprovechó el incidente, jugó en el fútbol brasileño, fue ídolo, se hizo cantante, grabó un disco y trabajó como entrenador. Obviamente, nunca volvió al paisito donde el club que lo hizo famoso, Huracán Buceo, no existe más.
¿Cómo detenerlos en una tarde inspirada? ¿Cómo no sufrir bajas ante el andar habilidoso de Neymar y sus socios? ¿Cómo disimular la lentitud de la defensa celeste? ¿Cómo hacer valer lo mejor de Uruguay -su ataque- si la pelota la tiene el rival?
Estas preguntas, casi básicas, resumen las interrogantes que genera el clásico sudamericano.
Todo ocurre en tiempos en que España lanza su candidatura para apropiarse del juego bonito. Algo que, seguramente, los brasileños nunca imaginaron.
Tiempo atrás, se podía hablar de catenaccio, vieja W, fútbol total, defensa con líbero y stopper o complicados entreveros de números (4-3-3, 4-2-4 o 4-3-1-2). Se consideraban principios defensivos u ofensivos, estrategias, tácticas y contra-tácticas pero, desde Pelé para acá, el Jogo bonito siempre era brasileño y eso no admitía discusión.
Tal vez esa disputa -que moleta al orgullo brasileño- los presione. Ojalá.
Llegar a la final de Río, ganarle a España y bajarle los humos a La Roja son sueños que están en la mira de los norteños.
En medio de esa trifulca vanidosa de ideología futbolística, Uruguay se levanta en el camino de los hombres de Scolari.
"Justo Uruguay", me dice un brasileño, compañero de ruta de esta Copa de las Confederaciones.
Sostengo que la historia no juega pero no se puede olvidar.
Que la peor desgracia deportiva de un equipo brasileño la provocó un equipo celeste.
Pero...
Detrás de ese "pero..." se deja constancia de la falta de fútbol de Lugano, suplida con su formidable temperamento, de los desajustes en el lateral derecho, de la posesión irregular de balón y del momento extraño de un fantástico artillero como Cavani.
Muchos dicen que en la guerra y en el amor todo vale.
Y en el Brasil- Uruguay de semifinales todo vale...
Es que en el Mineirao, habrá una batalla clásica donde no está asegurado el triunfo del más poderoso.
No lo digo yo, lo dice la historia.
TRISTEZA NAO TEIM FIM

El escritor argentino Eduardo Sacheri -en pocas palabras- lo definió: "Hay quienes sostienen que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más esenciales. Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Pero de algo estoy seguro: no saben nada de fútbol.”
Cuentan que la felicidad es como una pluma que el viento lleva por el aire.
Efímera.
En una gesta deportiva -brava, emotiva, tremenda como la semifinal ante Brasil-  conseguir la victoria es un pasaporte a la felicidad.
1-1. Faltaban cinco minutos y el Mineirao explotaba. Fred y Cavani habían anotado.
El clásico era una cita en el infierno, pelota de por medio.
Martín Palermo dijo alguna vez que hacer un gol es regalar felicidad.
Puede ser...
Neymar, que ya le había mostrado su boca al "Tata" González, lanzó el centro.
La pelota, igual que la felicidad, fue una pluma que abanicó el viento, recorrió el área y descendió en el segundo palo.
En el viaje, fallaron Martín Cáceres y Muslera.
De pronto, desinflada y sin aliento, la bola fue cabeceada por Paulinho.
Mientras la jugada paralizaba al Mineirao, en los accesos, manifestantes se trababan en lucha con policías y soldados.
Habían marchado desde la Praça Sete, al pie del obelisco, decididos a todo y se enfrentaron con la fuerza civil y militar que los dispersó con gas pimienta.
En este mundo de contradicciones que proponen Brasil y la "Copa de la Confederaciones",   mientras el choque crecía en las afueras del estadio amparado en la desilusión del pueblo, en las tribunas el roce de la pelota con la red fue éxtasis para los torcedores.
Saltaron.
Juro que el estadio se movió antes de disparar la parranda rutilante que acompañó un coro atronador de gargantas afónicas.
Allí se acabó el mundo para los uruguayos.
Sentí el movimiento de la Sierra del Curral, protectora natural de Belo Horizonte.
El grito furioso del final retumbó en Barreiro, Pampulha y Vende Nova,
Casi al mismo tiempo, las imágenes del partido se dispararon vertiginosas: el penal que erró Diego, el error que precedió el gol de Fred, el tiro de Cavani que rompió la red, el que rebotó en un zaguero y pasó cerca, el cabezazo de Suárez que los dedos de Julio César enviaron al córner.
La tristeza es una de las emociones básicas del ser humano.
En la Zona Mixta, Diego Forlán estiró su brazo y me observó desencajado.
Con la corbata desajustada, la mirada perdida, el Balón de Oro de Sudáfrica era un alma en pena. "Hoy no...", me dijo cuando le propuse charlar.
Justo a él, leyenda de esta selección, le tocó soportar la pesada carga de haber marrado un penal contra Brasil en una semifinal de Copa.
Desvatado se alejó igual que Cáceres que agregó, al responder al requerimiento periodístico, esa dosis de mal humor que se entiende, se disculpa y se comparte.
Aquel momento que los jugadores brasileños se abrazaron con la gloria fue eterno.
Interminable.
Antes, en los 85 minutos que precedieron al gol del triunfo local, hubo alegría, ira, frustración, sorpresa y hasta miedo.
Uruguay mostró actitud, le cortó los circuitos a Brasil, lo perturbó y minimizó las decisivas apariciones de Neymar.
Arévalo Ríos jugó un partido admirable, Godín fue prócer defensivo, Cavani jugó de lateral, zaguero, volante y delantero, "Cebolla" no paró y Suárez fue indescifrable para el rival.
Tabárez demoró algún cambio pero -seguramente- especuló con el alargue. No es nuevo.
Una vez más, equivocaciones ante un equipo de primer nivel -igual que en el pasado mundial- sentenciaron la historia deportiva y, aunque el fútbol da revancha, estos juegos no la tienen.
Ya está, ya pasó, no cambiará.
Otra vez a Salvador.
Otra vez... Tercer o cuarto puesto.
Al otro día del partido, el principal diario de Minas Gerais tituló: "Brasil gana, Belo Horizonte pierde".
Perturbado, como todo hincha de la selección, volví caminando por Afonso Pena y juro que escuché la voz del poeta Vinicius que cantaba "Tristeza não teim fim, felicidade sim".
LA BATALLA FINAL CONTRA LOS TRAIDORES DEL CATENACCIO

Uruguay, al que los periodistas brasileños no se cansan de elogiar, se despide de la Copa de las Confederaciones enfrentando a Italia.
A los integrantes de esta selección azurra los  juzgaría la Sacra Corona Unita, la Ndragheta y por supuesto, la famosa Camorra napolitana.
La "Cosa nostra siciliana" los desterraría por traicionar los principios por los que pelearon a patada limpia Scirea, Baresi, Faccheti, Burgnich, Gentile, Rigamonti, De Vecchi y Cannavaro.
Por herejes, deberían ser quemados en Dite, ante la mirada de Diablos y Furias, guardianes de los ardientes sepulcros.
La pena máxima caería sobre el DT, Cesare Prandelli, el nativo de Orzinuovi que debutó en Cremonese y llegó para suplantar a Marcelo Lippi en 2010, pregonando un fútbol anti-candado que metió a la Nazionale en la final de la última Euroopa.
Históricamente, enfrentar a un equipo italiano suponía  encontrarse con una defensa férrea, bien parada y futbolistas que manejaban muy bien el contragolpe.
El catenaccio (literalmente cerrojo) fue el estilo que ideó Nereo Rocco y consagró al Milán en su país y Europa.
El Internazionale de Helenio Herrera también festejó con ese sistema táctico que proponía marca al hombre y un "libero" que jugaba detrás de los defensores.
La revolución de los sesenta heredó la tradición de la Italia campeona mundial de la década del treinta orientada por Vittorio Pozzo.
En Juventus, y en los setenta, "La cortina de hierro bianconera" impuso un récord: casi 1000 minutos sin recibir goles.
Escapados de una aventura mafiosa, con su pelo engominado y andar elegante, varios jugadores de la Nazionale meten miedo.
Durante décadas, Italia se encargó de desesperar a sus oponentes que, agobiados y frustrados por la falta de espacio y los golpes, apelaban al frenético  embate que dejaba huecos a los fieles devotos del fútbol defensivo para colar en ataque a algún desgarbado bombardero que definía ante los incrédulos goleros con la frialdad de un asesino serial.
El chueco Paolo Rossi explotó en 1982 en El Sarriá y con su feroz hambre de gol despidió del mundial de Naranjito a uno de los más formidables equipos brasileños del siglo pasado.
Acaso, la mayor muestra de desesperación la exhibió Zidane con su cabezazo ante Materazzi.
Esos bravos jugadores italianos, que luego del partido lucen espléndidos trajes de Armani, murmuran por lo bajo la perturbadora frase que desencaja al rival sin que que se les mueva un pelo.
Nunca se supo con certeza el tenor del diálogo pero podría haber inspirado al malogrado James Gandolfini en cualquier capítulo de Los Soprano.
Las historias del fútbol italiano alimentan mil leyendas pero estos días encuentran la añeja maquinaria defensiva con la garantía vencida.
Cesare Prandelli modernizó el esquema y apostó a una Italia más fresca.
Antes del clásico ante España, Giuseppe Bérgomi, campeón mundial con Enzo Bearzot en 1982, comentarista de esta Copa de las Confederaciones, le sugirió al conductor que renunciara a sus convicciones para medirse ante La Roja.
"Sólo jugando a la vieja usanza se puede ganar", dijo Bérgomi.
La prensa no martirizó a Prandelli por la derrota y calificó de orgullosa producción la que culminó en derrota por penales.
Eso si, queda claro que recibir 8 goles en primera ronda poco tiene que ver con la aceitada maquinaria defensiva de otros tiempos.
Uruguay, con el pecho inflado por recuperar respeto y prestigio, quiere despedirse con un triunfo.
Será un duelo de alto voltaje y arriesgar pronóstico no parece acertado.
Conquistar el bronce es un lindo final para la selección celeste que recuperó respeto, cosechó aplausos y relanzó su candidatura al mundial.

HASTA AQUÍ LLEGÓ MI AMOR...

La Copa de las Confederaciones es historia.
En el Fonte Nova, tras el festejo azurro, comenzó el retiro de las vallas y la limpieza del estadio. Varios hinchas cargaron carteles y pósters de "Brasil 2013" desde las tribunas al living de sus casas como si fueran un trofeo de guerra. Los voluntarios registraron sus últimas imágenes en el Media Center y hasta dos policías jugaron a los modelos frente a la cámara demostrando que la "Roma Negra" es la Ciudad de la Alegría.
Minutos después, Bahía, capital del Brasil Colonial, quedó prácticamente desierta porque todos se refugiaron en hogares y bares para seguir la final entre Brasil- España.
Tras el último penal ejecutado por Walter Gargano -el tercero malogrado de la serie-  la actuación de los Celestes pasó a alimentar la fría estadística de los eventos internacionales.
Uruguay finalizó en la mitad de la tabla, cuarto entre ocho participantes.
Pero hay consideraciones importantes que van más allá del empate 2-2 y de la imprecisa serie de remates en la que -una vez más- falló Forlán y sólo acertaron Cavani y Suárez.  
El torneo de Brasil sirvió para firmar el armisticio de los hinchas y el "Matador".
Así cómo el Mundial fue de Diego y la Copa América de Luis Suárez, en el país norteño la figura fue el delantero del Napoli, la perla ofensiva que Aurelio De Laurentiis tasó en 63 millones, ni un euro ni un euro menos.
Cavani fue desequilibrante y letal.
Más allá de los goles convertidos ante Italia, su actuación se recordará por el gran encuentro ante Brasil donde no le faltó recorrer ningún sector del terreno.
En Bahía, Recife y Belo Horizonte, el equipo tuvo una columna de alto nivel: Godín, Arévalo Ríos y la dupla Cavani-Suárez. Además, hubo momentos para destacar de Muslera, repuntó Lugano, Cáceres volvió a mostrar su exuberancia, "Cebolla" Rodríguez fue el jugador táctico del equipo y Forlán nos regaló una gran actuación contra Nigeria que sirvió para asegurar la clasificación.
Hay otros detalles para precisar.
La tensión de jugar el partido final ante Venezuela se sintió.
El equipo mencionó ese duelo hasta en la goleada contra Tahití. Tabárez propuso cambiar el chip pero costó. La idea de disfrutar el certamen tropezó con el desgaste, la tensión y el stress que supuso enfrentar a la Selección Vinotinto.
Pasó el complicado debut -con paseo- ante España, el gran triunfo ante Nigeria y la goleada contra Tahití. El clásico ante Brasil fue infartante y terminó en derrota como pudo culminar con triunfo.
Tradicionalmente, los partidos por el tercer puesto no tienen un final feliz para los equipos uruguayos.
El largo duelo ante Italia mostró, como siempre, al equipo coqueteando con la victoria, haciendo méritos, pero claudicando en la recta final.
El merecimiento no cuenta pero se consigna. Este plantel conoce el tema. Los partidos ante Holanda y Alemania -jugados en el Mundial de Sudáfrica- son ejemplos.
La Copa de las Condederaciones también mostró esa faceta que condenó la suerte del equipo. Ante escuadras de primer nivel, error se paga con gol.
Luego del juego, un periodista italiano me reafirmó que la polémica no es ajena al primer mundo. "Buffon ha pagado su deuda. Le tapó la boca a los que decían que no atajaba penales".
Minutos después, Cesare Prandelli, el allenatore azurro, se despachaba a gusto con similar sentencia en su encuentro con los medios.
Ya todo es historia.
Ya Cavani salió al rescate de la Celeste, ya la Nazionale arrastró su alma en la cancha, ya el equipo hipotecó su chance al desperdiciar el alargue, ya Forlán erró otro penal, y Cáceres, y Gargano, ya pasaron por el túnel que lleva a la salida del Fonte Nova, ya se dijo que "Uruguay se fue con la cabeza alta", ya comenzó el plantel a pensar en Perú, ya el Matador fue distinguido como El Jugador del Partido, ya afirmó Tabárez que la Copa le dejó enseñanzas importantes.
Fin, término, conclusión.
Habrá otros partidos, otros desafíos, otras contiendas.
Uruguay pudo colocarse más arriba pero dejó escapar lo que mereció por su lucha, entrega y propuesta.
Muchos dicen que es más fácil alcanzar el éxito que merecerlo.
Está claro que la frase no se aplica a la selección uruguaya.
Tan claro como que en esta historia no hay revancha.
Ya las luces del evento se apagaron.
Ya la bronca se masticó en la última mirada al mítico estadio donde, en otros tiempos, el Pato Aguilera fue héroe.
El show ha terminado.
Hasta aquí llegó mi amor...

Comentarios

Entradas populares